Lorenzo llevaba ya unos días explorando el mundo. A los pocos días de haber comenzado su exploración exhaustiva por el mundo, ya conocía bastante; sabía que se debe poner el cinturón en el carro porque de lo contrario puede morirse en cualquier instante; que decir groserías es malo y de no obedecer, merece cualquier golpe en su boca; que no debe interrumpir a la gente adulta y que, cuando sea adulto, los niños jóvenes no lo interrumpirán a él; que debe decir la verdad; que cuando alguien pregunte por su padre - y este batalló algún tiempo en aplicarlo- y su padre no quiera ver a esa persona, debe decir que no está y evitar el error de decir que se está bañando; que el diablo y dios existían (aunque no pudiese comprobar su existencia); pero sobre todo, que cuando creciera comprendería todas las cosas que ya sabía y podría compartir la infinita sabiduría adquirida en los años curiosos de su infancia a su descendencia.
Pero una vez su curiosidad llegó más allá de donde la imaginación- o la inteligencia- de sus padres podía llegar. A Lorenzo se le había caído una paleta al suelo. A Lorenzo le gustaban los dulces y en especial las paletas, pues a pesar del sentimiento de otros niños, a él le gustaba cómo se sentía el dulce caramelizado en sus manos y en su boca, le gustaba aquél sentimiento de pegoste y disfrutaba poniéndolo en libros, rostros ajenos y en su propio cuerpo. Cuando intentaba recoger su paleta con la intensa convicción de devolverla a su boca, oyó un grito de su madre:
-!No la tomes, la chupó el diablo!
En otra circunstancia, Lorenzo habría obedecido sin más, pues era un buen muchacho y no acostumbraba hacer berrinches ni llantos injustificados, sin embargo, recordemos que la curiosidad de Lorenzo por el mundo había empezado hace poco y no quería dejar escapar un conocimiento más a su repertorio. Con toda la inocencia que un niño puede tener, preguntó justificadamente:
-¿Cómo la chupó el diablo?
-¿No viste? Se cayó al suelo
A pesar de todo lo que podamos pensar de los niños, sobre su aparente estupidez, dependencia y falta de desarrollo cerebral -que asumimos sin prueba alguna, que debe crecer a lo largo de los años- Lorenzo atinó al instante en la falla de un argumento lógico.
-Osea, dijo, ¿que todo lo que cae al suelo, lo chupa el diablo?
-Ándale mijito, ya entendiste
Mientras la madre creía haber obtenido la victoria, en la mente de Lorenzo se debatían las principales preguntas filosóficas de todos los tiempos, que los padres y la gente adulta en general no tiene tiempo ni disposición de resolver. No contestó en seguida, con la entera minuciosidad de un científico, debatió dentro de sí las posibilidades de que un ente maligno pudiera reparar en una actividad tan pueril como lamer paletas ajenas. Se preguntó, además, qué reacción causaba la saliva del diablo con los objetos de la tierra. Si su mamá tenía razón, el principal enemigo del diablo eran los niños, y no dios, puesto que lamer paletas ajenas en un mundo de millones de habitantes debe llevar algún tiempo; llegó a entender que es por eso que son los niños y no los adultos quienes temen más al diablo. Poco a poco fue comprendiendo el malestar de la caries, engendrada por aquellos que osan chupar la paleta aún después de caída en el suelo (!y no por comer muchos dulces, cómo todos los demás niños creían!). Le preocupaba tanto la cuestión del diablo y los niños que, de pronto, toda su curiosidad se centraba en esta cuestión. La exclusividad de su -ahora- único interés, le permitía ir más profundo en sus cavilaciones hasta que, un buen día, después de creer haber descifrado las conspiraciones del demonio, creyó tener la verdad absoluta en sus manos: se aterró.
-No son las paletas lo que debe preocuparnos, se dijo, si es verdad que todo lo que cae al piso lo chupa el diablo !Quienes corren mayor peligro son los adultos!
!Qué ingenuo había sido al pensar que lo único que chupaba el diablo eran las paletas! Su propia madre le había dado la respuesta hace mucho tiempo:
todo lo que cae al suelo lo chupa el diablo. No podía creerlo, al principio creyó que su madre le había mentido. Luego, reparó en su anterior error de subestimar al diablo y creer que sólo chupaba paletas de niños y sintió indulgencia por la madre que, de seguro, en su empeño de procurar que los niños dejaran la situación del mal en paz, había olvidado su propia salud. Antes de externar sus pensamientos, se dedicó a la atenta observación de su entorno para comprobar lo que hasta ahora había resuelto. En efecto, los padres y las madres de los niños se empeñaban obstinadamente por desechar cualquier comestible que cayera al suelo, mientras que ellos recogían -disimuladamente- lo que se les caía a ellos. No podía creer lo que estaba viendo.
Embriagado por el conocimiento recién adquirido, fue corriendo hacía su madre:
-!Madre, madre! !Estamos en peligro!
-Tranquilo, hijo, ¿Qué pasa?
-!El diablo... los adultos.. las paletas!
-¿Qué dices?
Por fin, el niño compartió su exhaustiva investigación. No dejó de lado ninguna observación, ningún pensamiento relevante. Hizo énfasis en su inmensa preocupación por los adultos que, obstinados en cuidar a los niños, se descuidaban ellos mismos, y en el plan del diablo (que aunque no sabía exactamente cuál era, sabía que lo de las paletas era apenas una distracción para algo mucho peor). Relató su relación entre las lamidas y la caries. Cuando hubo acabado, seguía agitado.
-Ay, mijo, mira qué científico llevas dentro
-Pero madre: !El diablo!
-Ay, Lorenzito. !Mira esa mirada! No te preocupes, hijo.
Sonrío comprensiva, mientras le acariciaba el cabello y volvía a su trabajo.
-¿Y el diablo? ¿Dejarás que siga su plan?
La madre no soportó más la sincera preocupación de su hijo.
-Mira, hijo. No sòlo existe el diablo. También existe dios. Dios se encarga de protegernos, sabemos que el diablo está todo el tiempo trabajando y es por eso que hay tantos males en este mundo, pero también dios trabaja mucho y se encarga de todas estas cuestiones. Cuando eres buen muchacho, le das fuerza a dios para que cumpla con su deber, piensa en cada buena acción como una paleta salvada.
-Ay, Mamá. Eres tan ingenua. Si está tan ocupado, mejor le evito el trabajo, yo mismo limpio la paleta y me la como después.
El niño, enojado por la incompetencia de la madre, se fue a su cuarto dejando a su procreadora perpleja frente a la imagen de la virgen en la pared.