martes, 17 de septiembre de 2013

Una mañana sin alarma

A veces siento perder el hilo de la vida. Una suspensión de la realidad se apodera de mi consciencia. Empiezo a divagar cada vez mas fuerte entre personas, lugares y hechos que no han ocurrido y posiblemente no ocurrirán. Me apego tanto al sueño que lo siento cercano y agresivo. Cuando siento que pierdo el hilo de la vida no sé que hacer. Si no tienes el hilo, todo parece inconcluso, todo parece sinsentido. Al fin, morirás, dice tu cerebro. Y la parte que se rehusa, la parte que quiere vivir dice: pero lo que te queda, el hoy (no el final), disfrútalo. En la creación se olvida por un momento de estos divages, en la creación solo se existe, no se piensa. El miedo sólo existe si se piensa en él. Por desgracia me la vivo pensando. Y qué si fueramos a Marruecos, y si corremos desnudos por la playa, anda mami,  di que iremos a la nieve en navidad. Una neblina de incertidumbre invade mi cuerpo y lo paraliza. Parezco tan pequeño ante el mundo y mi deseo de ser grande sólo incrementa mi pequeñez. Con qué facilidad me voy arrastrando a lo cotidiano, al comer, al caminar, al hacer una que otra tarea, al dejarme llevar sin saber a donde ni porqué voy. Aunque la vida sea así: un río atrayente que desborda continuamente; me rehuso, me niego a seguirlo así como así. Yo, que aprecio la insondable divergencia de la diversidad, he de arriesgarme. He de tomar agua del río y bañarme con ella al otro extremo. Porque el río deja pasar el tiempo proporcionalmente a cómo le trates.

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