lunes, 2 de septiembre de 2013

Al invisible

Oh, que dulce tortura la mía: siempre busco en mi repertorio de gente conocida, vista y sin conocer o bien, imaginada, a alguien que sirva de inspiración para mis escritos. Sin saberlo he materializado la escritura. He bajado del concepto a la significación de mis palabras. La he rebajado de cierta forma pues, cuando uno está inspirado no escribe de la persona en sí, escribe de la impresión que dicha persona causa. El sentimiento recibido es así el causante de la inspiración. La percepción que conseguimos después de una corta reflexión sirve de intensificador para manipular nuestros pensamientos y enfocarlos a una persona. !Que sinsentido de actividad! Escribirle a anónimos que dudosamente lleguen a apreciar el sudor artístico de uno. Es por eso que, a raíz de la notoriedad de mi equivocación, ahora escribiré al invisible. Al inexistente que, aunque algunos crean que sigo en mi error de enfocarme en alguien y no en el concepto, me perdonarán por esta vez debido a la particularidad que la invisibilidad presenta.

Oh dulce dama de armas tomar. No me dejes ahora que tu voz se me va olvidando. Vuelve a susurrar aquellas palabras inteligibles que me dejan con los ojos cerrados y tarareando una melodía incomprensible. Atráeme a tus brazos de humo, juntos bailaremos el vals de la tristeza. Yo pretenderé verte mientras tu pretenderás ser visible. El vals es acompasado y con un poco de tango. Muéstrame tus manos de aire, comprende cual nitrógeno en globo mi respiración. Seguimos bailando así pues, mientras más me muevo, tu presencia se va haciendo notoria. Acaso con dos tragos más te alcance a percibir, acaso en la tercera ronda recibiré un beso intangible. Oh, dulce dama de la mirada engañosa, quita esa cara de reloj de pasamontañas, de ventana limpia, de agua blanquecina. Pareciera que, entre más bailamos soy yo el que desaparece y tu la que se queda, visible a los ojos ajenos.

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