Me mira, sé que me mira. Me mira y lo miro en respuesta.
Sonreímos por lo bajo. No se puede sonreír por arriba sin consecuencias. No se
puede besar sin remordimientos y, sin embargo, es tan placentero. Disimulamos.
Salimos y quedamos de vernos en algún parque oscuro, en algún recoveco de la ciudad donde sea libre nuestra
preferencia. Me toma de la mano y tiene vello, a mí me gusta, me siento
protegido. Es fuerte, musculoso y varonil. Delante de los demás es un pedante
pero en la intimidad conmigo es muy diferente. Todo cambia cuando nos miramos.
Lo poseo y me posee. Se sienten cosquillas cuando introduce su lengua en mi
boca, que no pare por favor, y luego
sigue, metiéndola en mi oreja acariciando con la yema de los dedos mi cabello y
mi nuca; toma mi espalda. Dios, que siga
bajando. Ya sobo mi pecho, juguetea un poco en mi abdomen mientras alza las
cejas, su lengua, sus manos, sus ojos. Todo en él es juego, todo en él es
prohibido. Dualidad que excita. Dios, que
no pare. Ya no tengo camisa. Mis glúteos escuálidos son tocados firmemente
por sus portentosas manos, el pantalón baja y la calentura sube. Y sigue
subiendo. Su lengua no para de moverse: lame el sexo, respira en mi vello,
sopla en la entrepierna, experimenta, yo sólo gimo. Quédate ahí, por favor. Me sonríe. Comienza lo oral. Lame,
acaricia, lame. Frío, calor, éxtasis,
retorcimientos. Dolor, placer, frío de nuevo, calor. Adentro, afuera, adentro,
afuera, frío, adentro, adentro, calor, adentro, afuera, sale. Ríe. Suspiro. Mi
turno. Comienzo en su cuello. Es raro su cuello, no sé qué hago. Lo lastimo.
Cuidado, dice. No puedo, digo. Vamos, no seas ojete. No puedo. Se enoja. Me
visto. Se marcha. Enojada, enojado. Me quedo, frío, calor. Revivo momentos: la
lengua, la mano, los ojos, dolor, calor. Todo está aquí, todo salió.
Son raras las cosas que uno se imagina a las tres de la
mañana.
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