miércoles, 5 de septiembre de 2012

La marea y las piedras


Hacía tiempo que Juan Carlos había dejado de coleccionar piedras. Antaño, cada vez que visitaba la playa, recolectaba una, la guardaba en su frasco y posteriormente, en momentos de ocio tomaba una para recordar el momento: anotaba la fecha y una palabra clave en la piedra que recogía. De esta manera, se conectaba a sí mismo a través del tiempo. Juan Carlos tomó esa costumbre cuando murió su madre. Sumergido en la melancolía, se refugiaba en el movimiento del agua, dejando que la marea desprendiera sus preocupaciones y la arena lo distrajera de sus penas. En momentos se sentaba un largo rato sin tarea en específico, oía las olas, jugueteaba con la arena o cerraba los ojos y sentía suavemente la brisa en su piel. Despojando los recuerdos de su madre mediante la playa, Juan Carlos adquiría momentos parciales de tranquilidad en aquél, su lugar favorito. Las piedras eran sólo un símbolo de que Juan Carlos debía seguir, aceptar la vida y seguir. Sin embargo, Juan Carlos había dejado de coleccionar piedras hacia un tiempo. Sus vecinos estaban acostumbrados a verle llegar con los pantalones mojados y doblados a media pierna con una piedra en la mano, sonriendo. Por ello, les extrañó cuando dejó de salir de su casa. Se adentró en la soledad de su propiedad. Había rumores de que Juan Carlos había muerto, que había sufrido un mal de amor, que se había vuelto un anciano cascarrabias que no hacía más que quejarse. Lo cierto es que sigue vivo. Y aunque ya no colecciona piedras, aún conserva el hábito de observarlas detalladamente, una tras otra, evocando junto con ellas algún recuerdo. Es común verle en la sala, con los ojos cerrados, apretando un objeto pétreo. 
Juan Carlos dejó de coleccionar piedras hace mucho tiempo, dejó de ir a la playa y dejó de lamentarse por la pérdida de su madre. No se saben motivos. Lejos de lo que se cree, se le ve en ocasiones deambulando a altas horas de la noche con una cerveza en la mano y la mirada dispersa, se le confunde con un vagabundo y, pronuncia la misma frase al que se le acerque:

- La marea acabará pronto. Pronto acabará la marea.

Se queda parado un tiempo, perplejo. Observa a su interlocutor y gira su cuerpo lentamente, dándole la espalda. Camina y se aleja del mundo al que alguna vez deseó pertenecer.

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